jueves, 14 de abril de 2011

DIAGUITAS



Zona geográfica donde habitaban:

Habitaban los cerros y valles del noroeste de Argentina (NOA), en las provincias de Jujuy, Salta, Tucumán, Catamarca, La Rioja, norte de San Juan, extremo noroeste de Córdoba (Argentina) y el Norte Chico de Chile, en los valles transversales de las regiones de Atacama y Coquimbo teniendo al oeste de los Andes como límite aproximado el río Choapa. Aún se conservan restos de sus ingeniosas construcciones llamadas por los quechuas Pukara (o pucará) como la Ciudadela de los Quilmes en Tucumán, Tilcara en Jujuy, Fuerte Quemado en Catamarca, Tolombón, Chicoana, y Atapsi en Salta, etc. 




















Vestimenta:  

Del tipo de vestimenta que usaban los diaguitas, se sabe que utilizaron el algodón y la lana de llama. Utilizaban collares y adornos de piedra de malaquita y de conchas.  
• UTENSILIOS: 
Los diaguitas utilizaban distintos tipos de herramientas hechas de cobre, pinzas, cinceles, espátulas. También usaban herramientas de hueso, como cucharas magníficamente talladas con figuras de hombres y animales, también torteras que servían para hacer girar el huso de hilo, puñales, agujas, roldanas, barbas para arpón.  
Los diaguitas también tenían una alfarería doméstica, que no era pulida ni pintada; era de color terroso, gris, muchas veces negro tizano por el uso en contacto con el fuego. Estos tipos de cántaros son variados en forma y tamaño: hay algunos rectos como taza, otros muy alargados, los hay como miniaturas y cántaros de hasta 32 cm. de diámetro, por 45 cm. de largo.


























Desarrollo tecnológico:
Los diaguitas eran diestros alfareros. Cada familia fabricaba sus ollas, cántaros y vasijas. Además, había artesanos especializados que realizaban, las urnas funerarias, donde los diaguitas enterraban a sus muertos. El desarrollo de la alfarería lo clasificaron en tres etapas: 
 Diaguita I o “Transición” 
Realizaban escudillas (platos semiesféricos achatados) con líneas y figuras geométricas por los lados, desde simples escalas rojo-negro a rojas y negro sobre fondo blanco, divididas por una figura antropomorfa o zoomorfa. En esta fase y en la II aparecieron los jarros patos y jarros zapatos. La metalurgia era simple y escasa. 
Diaguita II o “Clásica” 
Construyeron  platos con borde cilíndrico, el cual puede abrirse a medida que aumenta la altura. 
 Diaguita III o “Diaguita-Inca” 
En los diseños aparecieron los triángulos, reticulados y “tableros de ajedrez”, los jarros de asa vertica, arríbalos y otros diseños. Los entierros eran acompañados por cerámicas elaboradas con diseños locales y con diseños Incas, pero casi todas elaboradas en los Valles, sólo en casos emblemáticos eran enterrados con cerámicas provenientes del Cusco. La metalurgia se enriqueció con aportes andinos como cinceles, Temis (cuchillos semilunares) y topus (prendedores) generalmente de cobre o bronce, el oro resultaba muy escaso y asociados a adornos traídos del Cusco. 

Arquitectura:  
Fueron pueblos sedentarios bien constituidos. Vivían en aldeas cuyas chozas estaban elaboradas de un armazón de palos cubiertas por ramas y vegetales. 
Sus casas fueron de piedra, con paredes de pircas secas o de barro amasado cuyo espesor oscilaba entre los 0,50 y los 2 metros de espesor. En líneas generales, su planta era rectangular y el techo un sólido armazón plano construido con vigas y tablones de cardón recubiertas de cañas, al que se le agregaba un cuadriculado de materia vegetal sobre el que se echaba una capa de barro amasado, mezclado con paja y otras sustancias, construcción denominaba “techo de torta”. 
Aunque la planta rectangular fue lo más común, también las hubo cuadradas, circulares, elípticas, semicirculares y hasta de forma irregular. La superficie cubierta osciló entre los 12 y los 16 m2 aunque las hubo también de hasta 40 m2 y más también, posiblemente residencias de individuos de importancia, templos o habitáculos múltiples. Disponían de puertas y ventanas no muy amplias, cuyos cimientos y sus primeras ringleras se hallaban marcados con grandes lajas. Había también de una, dos, tres y hasta cuatro habitaciones que, en algunos casos, se intercomunicaban entre sí e incluso, con otras moradas, a través de corredores. Los pisos suelen ser de tierra apisonada pero, en muchos casos estuvieron cubiertos total o parcialmente por lajas. 
En las ciudades y poblados diaguitas y calchaquíes destacaban edificios particulares y públicos, estos últimos de carácter militar o religioso y otros, más rudimentarios, que sirvieron de silos, almacenes y corrales. Esas poblaciones, que en tiempos de la conquista fueron llamados “pueblos viejos”, estuvieron situados generalmente, al pie de los cerros, no así sus fortalezas, los “pucarás”, que fueron edificadas en la parte alta. Hacia ellos se dirigían que los habitantes de las primeras en tiempos de guerra ya que disponían de murallas y defensas adecuadas. 
Los comechingones, que vivieron en Córdoba y no fueron diaguitas ni calchaquíes, recibieron mucha influencia de los diaguitas, a quienes seguramente admiraban, construyendo sus viviendas en grutas y cavernas a las que cerraban con paredes de pircas secas, dejando abierta una puerta angosta. Muchas de esas viviendas fueron semisubterráneas y la pared frontal que las cerraba, semicirculares características que también se dieron en la provincia de San Luis.  

Formas de escritura:
Había una fluctuación gráfica entre sorda y sonora (la cual debe originarse en la tradicional mala audición de los españoles frente a las lenguas indígenas). 
Algunas palabras en kakán eran: 
• Ao, hao, ahao = pueblo. 
• Gasta = pueblo. 
• Kakanchik (transcripto al castellano: "cacanchic")=Nombre de una deidad al parecer de la fertilidad. 
• Titakin (transcripto al castellano titaquín)*señor y rey*. 
• Zupka="altar", lugar de sacrificio. 
Producción literaria:

Muchas narraciones se transmitieron en forma oral entre distintas generaciones, aunque tardaron siglos en plasmarse por escrito. Se considera que uno de los primeros textos literarios, o al menos del que aún quedan registros escritos, es el Poema de Gilgamesh. Se trata de una narración que fue grabada en tablas de arcilla con escritura cuneiforme, cuya primera versión se remontaría al año 2.000 A.C.
La mayoría de los textos sumerios fueron fijados en tablillas de barro y luego se hicieron diferentes copias. Además de Gilgamesh, otros reyes que formaron parte de la literatura épica de la época fueron Enmerkar y Lugalbanda.
Crearon varias leyendas, pero entre las más importantes se encuentran:
·         Los Pétalos de la Rodocrosia
Tras largos días y noches de andar, el chasqui alcanzó el último tramo del camino que conducía a la morada del Rey Inca. Llevaba una singular ofrenda destinada al gobernante: tres gotas de sangre petrificadas, el precioso hallazgo fue recibido con mucha emotividad. En el Lago Titicaca, en tiempos pasados, se había construido el templo de las aclas: las vírgenes sacerdotisas del Inti. En ese sitio se encontraban anualmente el sol y la luna para fecundar los sembrados y asistir a la sagrada elección de quien heredaría la responsabilidad de perpetuar la sangre inca. Un día el invencible guerrero Tupac Canqui se atrevió a ingresar al sagrado templo, desafiando la tradición incaica. Desde el momento en que descubrió a la bella Ñusta Acla, nació su amor por ella. La sacerdotisa lo correspondió, consciente de ignorar las restricciones del Tawantinsuyo para las elegidas. Juntos, escaparon hacia el sur, buscando proteger el vientre de la Acla lleno de vida. El poder imperial bramó y destinó infortunados grupos armados a castigar a los culpables de la transgresión. Tupac Canquí y la Ñusta Acla se instalaron cerca del salar de Pipando, donde tuvieron muchos hijos descendientes de los Aymarás, que fundaron el pueblo Diaguita. Sin embargo, jamás lograron deshacerse del hechizo de los chamanes incas. Ella falleció y su cuerpo fue sepultado en la alta cumbre de la montaña, él murió poco tiempo después, ahogado en su triste soledad. Una tarde, el chasqui andalgalá descubrió la tumba de la Ñusta Acla impresionado por ver cómo florecía, en pétalos de sangre, la piedra que la cubría. Rápidamente salió del estupor y arrancó una de las rosas para ofrendar al rey inca. El jefe del imperio, aceptando con emoción la flor de la Rodocrosia, perdonó a aquellos antiguos amantes furtivos. En adelante, las princesas de Tiahuanaco lucieron con orgullo trozos de la piedra rosa del inca, símbolo de paz, perdón y amor profundo.

·         Chaya y Pujillay
Cuenta la leyenda que Chaya era una muy bella jovencita india, que se enamoró perdidamente del Príncipe de la tribu: Pujllay, un joven alegre, pícaro y mujeriego que ignoró los requerimientos amorosos de la hermosa indiecita. Fue así como aquella, al no ser debidamente correspondida, se interno las montañas a llorar sus penas y desventuras amorosas, fue tan alto a llorar que se convirtió en nube. Desde entonces, solo retornar anualmente, hacia el mediado del verano, del brazo de la Diosa Luna (Quilla), en forma de rocío o fina lluvia. En tanto Pujllay sabiéndose culpable de la desaparición de la joven india, sintió remordimiento y procedió a buscarla por toda la montaña infructuosamente. Tiempo después, enterado el joven del regreso de la joven a la tribu con la luna de febrero, volvió el también al lugar para continuar la búsqueda pero fue inútil. Allí, la gente que festejaba la anhelada cosecha, lo recibía con muecas de alegría; el por su parte, entre la algarabía de los circundantes, prosiguió la búsqueda con profunda desesperación, aunque el resultado totalmente negativo. Por ello, derrotado, termino ahogando en dicha soledad, hasta que luego, ya muy ebrio, lo sorprendió la muerte.

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